Afectados por el pecado
Sin excepción, todos somos pecadores y nos vemos afectados por nuestros pecados. Nuestro corazón desea aquello que es pecaminoso y siempre debemos luchar contra eso. El mismo Pablo escribe sobre esta batalla que tenemos con la carne:
“Lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la Ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que está en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que está en mí”.
(Rom. 7: 15-20).
Dios nos ayuda en esa batalla
Hay una batalla que siempre debemos luchar contra la carne, y esa batalla también reside en nuestros sentimientos. Cuando actuamos impulsados por nuestros sentimientos, haremos lo que se siente bien, no lo que Dios considera justo o bueno.
Es decir, nuestros sentimientos nos impulsan a ser desobedientes a nuestro buen Dios. Para vivir una vida recta y seguir la voluntad de Dios, debemos apoyarnos en la fe y la palabra y no en nuestros sentimientos.
Viviendo con la certeza de la fe
Estamos llamados a no vivir por nuestros sentimientos sino por la fe (2 Corintios 5: 7). Nuestra fe es sólida como una roca, si la volcamos totalmente a Dios, el Todopoderoso, inmutable, perfecto, amoroso, eterno y soberano.
Esta fe se basa en la Palabra de Dios, que es infalible, segura, transformadora y firme. La Escritura nos dice cómo vivir y qué creer. Esto es lo que debe gobernar y determinar cómo hablamos, pensamos y actuamos, no nuestro siempre cambiante y fácilmente influenciables sentimientos. Nuestra fe no es ciega sino informada y guiada por la Palabra y la Voluntad perfecta de Dios.
Por eso, muchas veces tratamos de vivir tanto por fe como por sentimiento.
En resumen: A veces pensamos que nuestros sentimientos definen lo que creemos que está bien y lo que estamos llamados a hacer. También creemos que nuestros sentimientos pueden decidir qué está bien y qué no en la Biblia.
A menudo, permitimos que nuestros sentimientos decidan cuál debe ser nuestra posición ante Dios en vez de su Palabra. Pero esa actitud, solo puede desconectarnos de Dios, de su perfecta Voluntad y de su Palabra.