Dame un minuto, no te pido más tiempo y aunque los minutos son míos, tú sabes que yo respeto tus decisiones y tus sentimientos.
He visto, que en tu corazón te entristeces quejándote de vivir en soledad, quiero que sepas que yo estoy contigo. Dices que no tienes amigos, pero cuentas conmigo. Piensas que no hay nadie que te escuche, pero las 24 horas del día está atento a ti mi oído.
Te entristeces de que nadie se acuerda de ti en los días especiales. pero para mí cada instante de tu vida es hermoso y especial porque tú eres mi hijo.
Pensé en ti cuando creaba la fundación del mundo, escribí tu nombre en mi libro de la vida, me acordé de tus necesidades y dolencias ahí en esa cruz, en aquel inolvidable día. Pienso siempre en ti, siénteme ahora en el aire que respiras y te llenará de alegría esta verdad: que, aunque tus amigos, tu familia, tus hijos, tu padre o tu madre te dejaren, el amor de tu Padre celestial jamás te abandonará. Pero, si me has conocido ya por tantos años y sabes bien todo lo que por ti he hecho, has admirado mis maravillas, has visto el milagro de cómo con mi poder se mueve el universo y si ya sabes quién soy, ya sabes que eres mi hijo, ¿Por qué permites aún la duda en tu mente?
¿Por qué aceptas las ideas de los que buscan tu mal, los que quieren convencerte de que estas abandonado para que dejes de creerme?
Si dejas de creer, me dejarás de pedir a mí y a mí me gusta que me pidas:
Pídeme y yo te daré, mi palabra te lo afirma, pídeme lo que quieras, que yo me encargaré de darte las cosas que te hagan crecer, aquellas que realmente necesitas.
No se te olvide que soy tu Padre y me gusta que hables conmigo, que seas tú quien inicia la conversación. Me gusta oírte hablar, prométeme entonces que ya no dudarás más, háblame y dime con tus propios labios, que siempre recordarás que tienes la libertad y las puertas abiertas para venir a mi presencia y platicar conmigo. Te estoy abrazando ahora, abrázame tú también y ya no te sentirás solito. Te amo, mi pequeñito. Amén.