El sufrimiento por «causa de la justicia» trae bendiciones a los hijos de Dios
La bendición de sufrir por poner a Dios por delante de nosotros y defenderlo más que a nosotros mismos, puede manifestarse de muchas maneras y también como grandes bendiciones.
Puede venir en forma de un corazón renovado, purificado y santificado. Un corazón más cercano a la imagen de Jesús. Puede ser la bendición de entender que nos hemos identificado con Cristo, quien sufrió Él mismo, no por su pecado sino por causa de la justicia.
También nuestro sufrimiento puede ser una bendición en la medida en que, a través de nuestra perseverancia en el sufrimiento, se vea con claridad el evangelio de la suficiencia total de Cristo y su gracia, tal vez guiando a otros a la fe salvadora.
No deberíamos sorprendernos por nuestro sufrimiento
1 Pedro 4:12
“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese”
Sufrir es normal es la prueba de todo aquel que sigue a Jesús, y que realmente cree. Siempre debemos esperar momentos de sufrimiento. Pero ¿por qué? Es, dice Pedro, «para probarnos».
Es decir, el sufrimiento «no es un signo de la ausencia de Dios, sino de su presencia purificadora» (Schreiner, 219). El sufrimiento por Cristo en alguna forma es esencial y muy importante para la formación del carácter de todo aquel que lo ama y le ha entregado su vida.
El sufrimiento puede nublar nuestro juicio
Es sumamente importante no reaccionar con sorpresa cuando se sufre o cuando nos enteramos de que alguien ha pasado por una prueba que le ha hecho sufrir mucho. No podemos juzgar a Dios gritando que no entendemos por qué las personas pasan por sufrimientos injustos como enfermedades terminales, crónicas o por pérdidas de seres queridos en guerras o situaciones violentas.
Por supuesto, es normal que sientas tristeza y llores y hasta experimentes una ira contra quienes de manera malvada son capaces de infligir un gran sufrimiento a tus seres queridos o cualquier persona en el mundo.
Pero no dejes que el sufrimiento, no importa cuán intenso o prolongado sea, te arroje a un abismo de rencor y confusión o que haga llegar la duda acerca de la bondad de Dios.