Háblame, cuéntame de esa situación por la que estás pasando. Piensas que estás luchando solo, que no tienes a nadie a quien contarle tus problemas, pero yo te miro y te he estado escuchando. Tu mente se empezó a llenar de pensamientos, luego de preocupaciones, de angustia y temores, te sientas en un rincón y en soledad piensas que no tienes nadie en quien confiar.
Yo sé muy bien lo que hoy estás viviendo y lo que estás atravesando, pero quiero que me lo digas tu mismo, que pongas a trabajar tu fe, que no te de pena decirme con sinceridad todo lo que sientes, lo que te duele, tus planes, tus deseos y todo lo que tu quieres hacer.
No tengas miedo porque yo sí te entiendo. Soy tu Padre y tienes que saberlo, que mi amor por ti es eterno y perfecto. No estoy esperando a que cometas un error para juzgarte y castigarte, más bien, siempre estoy dispuesto a darte todo el tiempo y la atención que necesitas, para que con toda tu fe y tu confianza, vengas ante mi trono celestial a derramar tus lágrimas, a dejar todo el peso que llevas sobre tus espaldas, a poner ante mi altar tu mente, tu corazón y tu alma.
A creer con todas las fuerzas de tu ser, que en verdad eres mi hijo, que siempre te amaré, aunque las cosas que te estén pasando parece que te gritan lo contrario.
Yo seguiré haciendo lo que puedo para demostrarte cuánto te amo a diario. Te repito que siempre estaré dispuesto a recibir en mis manos tu fe sincera y no permitiré que nada te lastime o te derribe, que nadie te ataque o te hiera.
Si alguno se atreviere a pelear contigo, yo te rodearé de protección. Acamparán alrededor de ti ejércitos divinos, ángeles celestiales que lucharán hasta el final para defenderte, para que recibas la victoria.
Estás a un paso de vivir grandes milagros, de experimentar el majestuoso poder de mi divina gloria. Serás muy bendecido y como puedes ver, el clamor de tu corazón he escuchado, esas cosas buenas que me estás pidiendo, te las voy a conceder. Amén.