Hijita, hijito mío, te estoy hablando con amor. Te he demostrado tantas veces que te amo. Recuerda de dónde te saqué, trae a tu memoria ese lugar de dónde te rescaté. Hoy estás mejor que antes, aunque parezca que estas pruebas van a derribarte, aunque por momentos te sientas derrotado, sabes que no permitiré que caigas. Sabes cuánto te amo, me has sentido cuando te protejo, cuando caminabas por lugares peligrosos, yo mandé que caminaran junto a ti ángeles poderosos, con mis alas te cubrí, en mis brazos te cargué, cuando tus pies cansados no se podían mover.
Hijita, hijito, perdoné tus faltas, sabes que así es, por eso te pido que en este momento de conflicto no dudes de mí. Necesito que me creas, que me busques, que te arrodilles, que clames ante mí cuando las tormentas lleguen, que no te asustes, no te atemorices cuando los enemigos vengan a atacarte y se quieran burlar de tus esfuerzos y de tus sueños empiecen a reírse.
No te desesperes, no te desalientes, espera con paciencia por mi ayuda, has confiado siempre en mí y sabes bien que para todo lo que hago tengo una razón. No me he equivocado en esta situación, tengo un propósito especial y en su tiempo lo sabrás. Muchas de las semillas que con dolor has sembrado pronto germinarán, te asombrarás y te llenarás de alegría cuando con sorpresa mires el fruto de tu labor, la recompensa a tus esfuerzos, el galardón a tu dolor.
Sabes que eres muy especial para mí, que no te quede duda que eres escogido, elegido y muy amado. Párate firme sobre la roca de tu convicción, aférrate a la fe gloriosa de saber que yo soy tu Dios y tu Señor. De esta aflicción que estás atravesando, también te libraré y te sacaré con victoria, créelo con todo tu corazón. Amén.