No desmayes, detrás de lo que hoy parece una dura prueba, te espera una grande y bella bendición. Has caminado tantas noches por la senda de la tristeza y la desesperación, parecía que habías perdido tu esperanza, pensaste que las puertas de los cielos se cerraron y que jamás recibirías mi respuesta, pero hoy vengo a recordarte mi palabra y estoy aquí para asegurarte que cuando clamaste a mi yo siempre te escuché. Te protegí del mal, te cuidé de situaciones trágicas y dolorosas, guardé tu vida en el hueco de mi mano y siempre estuve a tu lado. No me podías ver, estabas tan confundido, no me podías sentir, estabas tan desesperado y dolido, enfocaste tu mirada en las cosas malas con las que muchos te atacaban y por un tiempo decidiste que desviarías tu mirada y no me mirarías más a mí.
Pero tu fe no se ha muerto y aunque tu corazón vagaba por el mundo solitario y sediento, pensando que me había olvidado de ti, la llama de tu fe seguía ahí, recordándote en las noches de un padre celestial que tanto te ama, cantándote por las mañanas con la melodía celestial del Dios todopoderoso que te cuida y te guarda.
Tu fe esta viva, mírala ahora, abre tus ojos y siente el calor vibrante que estremecerá tu alma, que despertará tu espíritu, que reavivará tu ser, que traerá luz a tu corazón y hará que salga huyendo la terrible oscuridad que estaba tratando de atraparte.
Soy yo hijito mío, soy Tu Padre Celestial y hoy he venido a rescatarte, a salvarte, a librarte, ha sanarte, a darte paz, a prosperarte. No tienes que vivir enojado, alejado, en miseria espiritual, no lo hagas, ese no es tu lugar. Tu hogar está aquí a mi lado, en mi presencia, en mi paz, llénate de mi felicidad, y a través de este mensaje te confirmo la señal que tanto me has pedido. “Háblame Dios mío”, me dijiste en tu ansiedad… Y aquí estoy hablándote, escucha y siente con cuanto amor y cariño yo mismo vengo y te lo digo: ¡Te amo!
¡Amén!