Hoy reflexionando en la Palabra de Dios y meditando un poco sobre mi vida, como tantas veces lo hago, el Señor me dirigió hacia una de las parábolas de Jesús acerca del Fariseo y el Publicano:
“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:
Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.”
Lucas 18:9-14
Una de las características de una verdadera relación con Dios es que nosotros aprendamos a reconocer que somos humanos. Por tanto, falibles y por muy fieles o leales que pensemos ser, siempre hay algo en que debemos mejorar. Esto es para no enorgullecernos de nosotros mismos y no digamos que con el esfuerzo de uno mismo lo logramos.
David, siervo del Señor, un hombre quien Dios mismo llamó varón conforme a su corazón, también supo reconocer su pecado delante de Dios…
“Entonces dijo David a Natán: Pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás”.
2da Samuel 12:13
Y es que estar cerca del Señor nos ayuda a meditar en nosotros mismos y reconocer las cosas que aún faltan mejorar en nosotros. Una vez escuché a un pastor decir: “yo un día le pedí a Dios corregir mis errores y empecé a anotarlos, cuando llegué al final de la página y finalmente logré corregirme, creí haber terminado, entonces el Señor me dijo voltea la página empieza a anotar ahora lo siguiente…”.
Dios está cerca de aquellos, sus hijos, que por más que tengan errores sepan reconocer más allá de todo que son imperfectos y que solo un Dios perfecto puede ayudarlos a ser mejores cada día de sus vidas.
Yo creo que un hijo de Dios que quiera agradar a Dios siempre está reflexionando sobre sus actos y una de las formas es meditando en su Palabra y buscando en qué mejorar, para así ser cada vez más reflejo de Jesús, nuestro gran maestro y Señor.
Hoy después de esta lectura te invito a reflexionar en tu vida, dale un tiempo de oración al Señor, acércate a su Presencia y pídele que te muestre en qué cosas debes corregirte. Empieza a escribir la página de tu vida y dile sinceramente al Señor y reconoce ‘Dios, sé propicio a mí, pecador’.
Pídele ayuda, y su Santo Espíritu te ayudará a ver lo que tú aún no puedes ver; para así ser un cristiano, no de boca para afuera, sino un Cristiano que ame a Dios.
Haga la diferencia por ser temeroso de su Palabra y, sobre todo, que testifique el amor de Cristo a los demás.
¡Muchas bendiciones!