Somos perseguidores de objetivos. Tenemos metas, sueños, anhelos alcanzables. Algunos de nuestros objetivos se cumplirán, otros no. Es más, puede ser que hasta olvidemos algunos de ellos con el paso de las horas, días, meses e incluso años.
En fin, seguiremos como aviones en pleno vuelo: remontando cada vez más alto, atravesando tormentas, superando vientos y, sobre todo, siguiendo la dirección para la que fuimos hechos.
No es fácil seguir sus instrucciones
Y es que esta, la dirección en la vida (dada por Dios), importa mucho más que el viaje. «Él respondió y dijo: Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (San Mateo 4:4).
El peligro es cuando nos desesperamos y sopesamos el virar, el rumbo como la opción más adecuada. «… y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra» (San Mateo 4:6).
En otras palabras, decía Pablo: en mi interior hay una lucha entre mi carne y mi espíritu.
La lucha es real cuando se trata de vivir una vida en Cristo. Como alguien que ha experimentado esto de primera mano y lo ha visto en otros, el apóstol Pablo entendía bien esta lucha.
En su primera carta a los Corintios, explicó cómo podemos seguir luchando para permanecer en las cosas de Dios y resistir el pecado al mismo tiempo. No es una lectura fácil, pero estas ideas pueden ayudarnos a entender nuestras propias luchas y las de los demás.
Si eres un creyente que está leyendo este artículo ahora mismo, entonces eres consciente de tus propias luchas con el pecado. Tal vez sientas que no tienes suficiente autocontrol o que tu carne es débil. Puede que te sientas culpable por ciertos pensamientos o acciones que sabes que no son correctos. Como puedes ver, tenemos una lucha entre nuestra carne y el espíritu.
¿Qué quiere decir que la lucha no es contra carne ni sangre?
El apóstol Pablo describió la lucha entre la carne y el espíritu como una guerra que debemos librar en nuestro propio corazón. La carne es nuestra naturaleza pecaminosa, que heredamos de Adán cuando cayó en la desobediencia en el Jardín del Edén. Por otro lado, el espíritu viene de Dios, y es la parte de nosotros que desea obedecer a Dios y hacer cosas buenas.
La batalla entre estas dos fuerzas ocurre en nuestra mente y corazón, por lo que necesitamos estar conscientes de ella y combatirla. La carne siempre trata de llevarnos a tentaciones y deseos pecaminosos. El espíritu nos ofrece la esperanza en Cristo y el poder de resistir al pecado.
A menudo nos encontramos diciendo que sí a la carne, pero eso no significa que estemos perdidos. Todo forma parte del proceso de nuestro crecimiento espiritual. Cada vez que dejamos que la carne domine al espíritu, debemos reconocerlo y pedir perdón a Dios. A través de este proceso, crecemos y nos parecemos más a Cristo.
Esfuérzate por vivir por el Espíritu y resistir a la carne
Como cristianos, estamos llamados a vivir por el Espíritu y resistir la carne. Pablo escribió que no debemos seguir la carne sino el Espíritu, porque la carne nos llevará a la muerte.
En otras palabras, si dejamos que la carne nos guíe, nos llevará al pecado y a la muerte. Pablo también dijo que no debemos seguir viviendo en la carne, sino que debemos hacer morir las obras de la carne siendo guiados por el Espíritu. Es decir, debemos dejar de permitir que la carne nos controle y en su lugar dejar que el Espíritu nos guíe.
Esto no significa que podemos sentarnos y esperar que el Espíritu haga todo el trabajo. Tenemos que esforzarnos también. Podemos hacer esto a través del autocontrol y haciendo morir los deseos impíos y los hábitos pecaminosos.
No culpes a tus luchas por ser un ser humano
Como creyentes, a menudo miramos los pecados de otras personas y pensamos: «¿Cómo pueden hacer eso? ¿Cómo pueden ser tan débiles? ¿Qué les pasa a estas personas?».
Tenemos que dejar de hacer eso porque cuando lo hacemos, olvidamos que todos somos humanos. Todos somos pecadores y tenemos las mismas luchas que los demás. Pablo aconsejó a Los Corintios que no siguieran juzgándose unos a otros. En cambio, quería que dejaran de juzgarse unos a otros y empezaran a comprender sus propios pecados. Sabía que es fácil juzgar a los demás, pero que es mucho más difícil ver nuestras propias faltas.
Cuando empezamos a juzgar y criticar a los demás, a veces nos olvidamos de nuestros propios pecados. Podemos empezar a pensar que somos mejores que otros y que no luchamos con el pecado. Pero la verdad es que todos somos débiles e imperfectos. Debemos recordar que todos somos seres humanos y que cada uno de nosotros, sin importar cuán lejos hayamos llegado en nuestra fe, luchamos contra el pecado.
No confíes en tus propias fuerzas
Pablo a menudo decía a la gente que no confiara en sus propias fuerzas, sino en la fuerza que viene de Dios. Necesitamos recordar que no podemos vencer la carne con nuestro propio poder.
Es fácil entrar en una situación sintiendo la confianza de que podemos vencer nuestros pensamientos o acciones pecaminosas. Pero cuando fallamos y caemos en el pecado, necesitamos recordar que no podemos hacerlo con nuestras propias fuerzas.
Si luchas con la lujuria, por ejemplo, y sabes que las imágenes a veces pueden hacerte pensar cosas que no son correctas, puedes evitar esas imágenes y controlar tus pensamientos evitando las situaciones en las que podrían ocurrir. Cuando nos damos cuenta de que no podemos hacerlo con nuestras propias fuerzas, es más fácil pedirle ayuda a Dios.
Podemos reconocer cuando estamos luchando con el pecado y pedirle a Dios su ayuda. Cuando hacemos esto, Dios es fiel para proporcionarnos su fuerza para que podamos superar la tentación.
Resumiendo
Como creyentes, siempre lucharemos contra el pecado. Es natural y forma parte del ser humano. La lucha entre la carne y el espíritu continuará a lo largo de nuestras vidas. No podemos vencer a la carne con nuestro propio poder, pero podemos confiar en la fuerza de Dios.
Debemos evitar culpar a los demás de nuestras luchas. En cambio, debemos recordar que todos somos humanos y que todos luchamos con el pecado. No debemos confiar en nuestra propia fuerza, sino en la fuerza de Dios para vencer la carne y vivir para Cristo.