Cuantos de nosotros nos acercamos a Dios como aquel hijo que se aferra a sus padres cuando se siente solo, afligido y sin fuerzas; esperando ser consolado, cuál bebé que llora en los brazos de su madre.
La sensación que produce el sentirnos amados es reconfortante. Sin embargo, al no recibir lo que esperamos nos vuelve incrédulos e inseguros. Los padres aman y protegen a sus hijos, pero no por eso dejan de corregirlos. Así también lo es Dios, quiere decir que no es tan fácil lo que hace papá.
El propósito de la corrección
La corrección se hace con el fin de que rectifiquemos sobre cosas que hayamos hecho mal para que las consecuencias no sean aún peor. Proverbios 23:13-14 dice:
“No escatimes la disciplina del niño; aunque lo castigues con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol”
Ningún padre quiere mal para sus hijos y esto lo vemos reflejado en las palabras escritas en Mateo 7:9-10, donde en forma de comparación se expresa: ¿Qué hombre hay de vosotros, que, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente?
Así Dios más que males quiere darnos amor y vida en abundancia. Pero a papá son los hijos los que le dificultan las cosas, debido a la terquedad que hace corromper su corazón.
Sin humildad, se pierde el respeto, el amor y la lealtad
Dios quiere gente valiente, de espíritu libre y corazón humillado a fin de que pueda haber una esperanza en la humanidad. Si no hay humildad se pierde el amor, el respeto y la lealtad hacia nuestros semejantes e incurrir en estas faltas es desagradar a Dios. Por lo tanto, si no hacemos el bien, nuestro Padre se ve obligado a reprendernos para que nuestra maldad no nos lleve a fines perversos.
“La necedad está ligada al corazón del niño; pero la vara de la disciplina la alejará de él” (Proverbios 22:15).
No es tan fácil para Papá Dios quitarle los bienes a quien se esforzó por obtenerlos, tampoco es placentero hacer sufrir a quien luchó por tratar de alcanzar la felicidad y mucho menos dejar huérfanos a algunos de sus hijos sabiendo que la orfandad de Dios puede hacernos hallar la muerte.
No hay vida sin Dios
No hay vida sin Dios; no hay Padre, si no hay amor y no hay amor sin corrección
“Además, habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?” (Hebreos 12:5-7).
Por eso si alguna vez has sentido que no eres parte de la familia del Señor, solo por atravesar diferentes pruebas, anímate porque en realidad estás dentro de su rebaño y más cerca de su santidad. La disciplina tiene sus recompensas. Es por ello que ponerla en práctica cuesta.
Nos hacemos merecedores de la gracia de Dios al permitir que sea él quien modifique nuestras vidas sin importar el precio que tengamos que pagar. Por lo tanto, siempre debemos recordar que cuando se trata de enmendar no es tan fácil lo que hace Papá.